Por: Adalberto Munive Carvajal

«Dejemos de considerar la democracia como un valor adquirido, definido de una vez por todas y para siempre intocable. En un mundo donde estamos habituados a debatir de todo, solo persiste un tabú: la democracia. Entonces digo: cuestionémosla en todos los debates. Si no encontramos un medio de reinventarla, no se perderá solamente la democracia, sino la esperanza de ver un día los derechos humanos respetados en este planeta. Será entonces el fracaso más estruendoso de nuestro tiempo, la señal de una traición que marcará para siempre a la humanidad».

José Saramago

El 8 de noviembre de 2007, a través de la Resolución 62/7, la Asamblea General de la ONU proclamó el 15 de septiembre como el Día Internacional de la Democracia e invitó a todos los Estados miembros, el sistema de las Naciones Unidas y otras organizaciones regionales, intergubernamentales y organizaciones no gubernamentales a su conmemoración.

El Día Internacional de la Democracia ofrece una oportunidad para examinar el estado de la democracia en el mundo. La democracia es tanto un proceso como un objetivo y sólo con la plena participación y el apoyo de la comunidad internacional, los órganos de gobierno nacionales, la sociedad civil y los individuos, puede convertirse en una realidad el ideal de la democracia para ser disfrutado por todos, en todas partes. 

Esa proclamación de la asamblea de la ONU, nos recuerda cada año para esta fecha, que debemos examinar el estado en que se encuentra la democracia en Colombia, aunque reiteradamente escuchamos a la clase política y gobernantes de nuestro país decirnos, por cualquier medio, que vivimos en un país democrático: porque existe un Estado, las tres ramas del poder público y porque vamos a votar cada cuatro años para elegir a nuestros representantes ante las corporaciones públicas.

Pero estos mismos “representantes” les hacen trampas a los ciudadanos cuando legislan en contra de esas aspiraciones de bienestar que siempre han soñado, se hagan realidad. Sin embargo, la democracia es mucho más: “es respeto a los derechos humanos, es rechazo a toda forma de discriminación, es la plena vigencia del estado de derecho, es la libertad de expresión, el pluralismo político, la separación e independencia de poderes o la probidad y la transparencia en la acción pública. Por ello. Como bien lo señala el Informe del PNUD (2004) el gran reto es pasar de la democracia electoral a la democracia de ciudadanía”.

El país tuvo una gran oportunidad para hacer los cambios estructurales fundamentales para tener una real y mejor democracia, cuando muchos actores sociales (movimientos populares, estudiantiles con la séptima papeleta) promovieron las marchas, quienes tenían como objetivo, presionar por cambios en el país y, por eso, había que cambiar la constitución de 1886. Aunque se cumplió el objetivo, creando una nueva carta política, destacándose las figuras del Estado Social de Derecho y de la Democracia Participativa; pero pareciera que nada ha cambiado después de 30 años de promulgado la Constitución del 91. Quedando pendiente por estructurar esa democracia soñada, libre de los actores políticos que le hacen trampas al sistema electoral y, ejercen lo público con acciones corruptas. 

El que prevalezcan actualmente las formas clientelares de los gamonales y barones de la política tradicional, fue un gran error de los constituyentes el no ponerle restricciones al articulado de la nueva carta política, para que las viejas castas políticas no volvieran a presentarse como candidatos a las corporaciones públicas, en el nuevo proceso electoral postconstitucional. Obviamente, esto ha tenido sus consecuencias y se refleja en la frágil democracia que tenemos, que tal vez, continuará por mucho tiempo si los ciudadanos no despertamos para ejercer ese poder que nos otorga la Constitución Política (artículo 40) para cambiarla.

La democracia en el país, tuvo su período crítico en la historia reciente, poniéndola en cuidados intensivos, cuando fue cooptada la institucionalidad por actores ilegítimos que quisieron imponer su ley de mafiosos y narco paramilitar, para permear y someter a las instituciones creadas constitucionalmente; incluso, a los tres poderes legítimos del Estado, que le dan por lo menos, garantía de estar en una democracia formal como lo ha impuesto el liberalismo económico.

Es posible que esa situación descrita haya influido peligrosamente en la búsqueda de una democracia real, porque el miedo a las amenazas y muertes permanentes de los líderes sociales y demás actores demócratas del país, fue uno de los factores que agudizó que la ciudadanía se perciba débil y sin mayores pretensiones de esgrimir los argumentos válidos y mecanismos que entrega la carta política. 

Esa debilidad ciudadana seguirá, porque la forma de hacer la política tradicional ha hecho mella también en los jóvenes; porque no observamos en ellos ese fervor de meterse en los asuntos de lo público.

Además, han crecido bajo el régimen democrático que han impuesto los gamonales y barones tradicionales de la política, que, para mantenerse en el poder, muchos de ellos hicieron alianzas perversas como lo ha demostrado la Corte Suprema de Justicia con aquellos que están siendo investigados y los que han condenado por apoyo al paramilitarismo.

Aunque en los últimos tres años, se vislumbra una esperanza, porque observamos movimientos populares de jóvenes y estudiantiles, que han comenzado a fomentar y tomar parte en protestas contra la forma de ejercer la política y la gobernabilidad de los últimos gobiernos; recordándonos el movimiento de la séptima papeleta. De todas maneras, estas manifestaciones deben planearse y proyectarse organizadamente, para que den sus resultados políticos.

Estas reflexiones nos conducen, en calidad de ciudadanos, a promover una democracia real y defenderla de aquellos que le hacen daño, ya sea fomentando, apoyando y eligiendo a personajes de la política tradicional y que se muestran impostados en sus discursos y propuestas como figuras mesiánicas y, a la vez autoritarias. Esta cultura política autoritaria, es la que nos han querido imponer gobernantes en los últimos tiempos, que lastimosamente ha encontrado eco en muchos ciudadanos y ciudadanas que son los que respaldan causas mesiánicas, que son los argumentos que esgrimen para hacerse al poder; desplazando de esa manera una cultura política democrática.

Muchos estudiosos del tema que nos compete, consideran que la cultura política autoritaria es una desviación de los patrones esperados de cooperación y solidaridad necesarios para el despliegue de la vida cívica. Esta última es la que hay que rescatar a través de un proceso de educación, pero no aquella educación formal donde se enseñan aspectos generales como geografía, español, etc., o aspectos técnicos para la vida laboral; es aquella educación cívica, como lo ha expresado Fernando Savater, donde aprendamos a conocer sobre el Estado y su papel en una democracia, el gobierno, la política, la ciudadanía, los valores y principios democráticos y el contexto de las actuaciones del manejo de lo público que permitan generar reflexiones críticas como insumo para la construcción de una ciudadanía plena o de alta intensidad, que pueda discernir en aquellos aspectos y acciones que ejercen los actores públicos que se encuentran en el poder como aporte a la construcción de una mejor sociedad.

Por lo anteriormente expuesto y en calidad de demócratas, en este Día Internacional de la Democracia es necesario comprometernos en asumir una posición crítica con respecto a la forma como se está manejando la frágil democracia que tenemos en Colombia, para buscarle una tabla de salvación; obviamente, teniendo en cuenta su grado de complejidad.

Entonces, será necesario crear una cultura democrática, fortaleciendo la ciudadanía y respaldando o defendiendo la institucionalidad del Estado de aquellos actores políticos que quieren ser omnipotente y apoderarse de la voluntad de un pueblo que debe estar por encima de sus representantes en las corporaciones públicas.

Por ello, la importancia de comprometer esfuerzos individuales y colectivos para emprender una campaña que nos permita crear conciencia ciudadana plena que acompañe la transformación para pasar de una democracia electoral y con pasajes de autoritarismo, a una democracia de ciudadanía.