¿Quién eres realmente? ¿La voz en tu cabeza? ¿Tu nombre? ¿Tu trabajo? La pregunta puede parecer absurda, pero es exactamente la que lanzó recientemente Jim Carrey, quien aseguró en una entrevista:
Más allá del impacto mediático de la frase, lo que el actor plantea es una provocación profunda: ¿somos algo más que máscaras que usamos en distintos contextos? Para Carrey, la identidad no es más que un conjunto de hábitos, memorias, expectativas y roles que vamos interpretando a lo largo de la vida.
La idea no es nueva. En el budismo se llama anatta, la doctrina del “no-yo”. En la psicología moderna, también se explora la noción de que el “yo” es una construcción narrativa, un guion que escribimos a diario para darle sentido a la experiencia.
Carrey, conocido por su intensidad emocional y su capacidad para desdibujar la línea entre actor y personaje, se ha convertido, paradójicamente, en un símbolo de la despersonalización de la fama. Un hombre que ha tocado la cima del éxito, solo para declarar que ese “Jim Carrey” nunca fue real.
Su mensaje resuena con fuerza en una era donde millones construyen identidades digitales, filtradas y editadas, mientras lidian con la ansiedad de no ser “suficientes”. ¿Qué pasaría si dejáramos de apegarnos a esa versión de nosotros mismos que mostramos al mundo?
Tal vez, como Carrey sugiere, detrás de todo, solo haya silencio, presencia… o libertad.