Por: Gaspar Hernández Caamaño.
La primera palabra que leí sobre la actitud humana sobre la pandemia fue incertidumbre, la escribió una amiga actriz de teatro cuando le pregunté cómo se
sentía, luego de decirme que padecía, en esos días del olvidado año 2020, de covid19, «siento incertidumbre!».
No entendí. Y solo atine a darle palabras de aliento. Mi amiga superó el covid, afortunadamente para ella, su hija y los suyos. Pero la incertidumbre se ha apoderado del mundo, cuando han pasado tantas lunas y el virus sigue mutando y no descansa de sumar difuntos, muy a pesar de la inteligencia de las vacunas, de todos los orígenes, que nos inoculan para protegernos del contagio invisible de esta peste global que se nos metió por la ventana.
Pero muy a pesar del «inventario de muertos» – la estadística registra más de 4 millones de fallecimientos a causa del covid-19-, que son las noticias de todos éstos días tristes para la humanidad, que lucha para contener uno de los frutos de la naturaleza como lo es el coronavirus, los medios de comunicación de Barranquilla, como las alucinantes redes sociales, nos informan que: «¡estamos en carnaval 2022!!», con Reina y todo lo demás, según declaró días atrás el Alcalde de la ciudad.
Es decir, volvimos a la normalidad.
No sé qué opinar sobre la «sabia» decisión de la primera autoridad. Si reír o llorar, mientras me mantengo en aislamiento social: no visito cementerios, no voy a
funerales, ni hospitales, tampoco a restaurantes menos a fiestas sociales.
No doy la mano, me niego a los abrazos. Y solo visito a mis nietos que tan niños lucen tapabocas de colores. soy un distanciado, aunque estoy vacunado, con la alemana: la que todo lo pará en tierra de para-políticos enjaulados. y me lavo las manos con agua y jabón cada vez que puedo. Por eso intento comprender que tener ¡carnaval 2022! es volver a una nueva «hermenéutica» de la célebre consigna: «¡quien lo vive es quien lo goza…el carnaval de La Arenosa!».
Somos fenicios vendemos hasta la vida.
Eso lo aprendimos del son de nuestra danza
del garabatos que se baila mejor con la melodía del chande que inventó El Maestro que le puso música a unos versos en ¡te olvide!. Se acabó quien te quería…no joda.
¡viva el carnaval de barranquilla!, he oído en las emisoras que solo «venden» desengaño y un aliento de mari-huana.
Mientras en las emisoras locales ya suena la Danza del Torito a ritmo del «santo cachón», las autoridades epidemiológicas del mundo entero, hablan que una nueva cepa del Coronavirus ha aparecido en nosotros, los ciudadanos del Tercer Mundo.
La bautizaron delta. Y dicen, las lenguas mochas, que es más letal que un enjambre de abejas africanas. ¡ Ay Dios Mio! Y yo creyendo que estaba salvado y podría ir a Buenos Aires a contemplar a Agustina, la niña de Argentina, pero por allá en El Sur -el que formó a «Aida Merlano», la prisionera con un madurito- no hay vacuna Pfizer. Y sin vacuna no hay vida.
La aplicación de las vacunas, resultado eficiente de la ciencia, ha provocado un debate ético global sobre la obligatoriedad de las mismas para lograr el control «efectivo» de la peste de una tos muda, cuyo efecto desbastador solo se observa en el aumento de cruces en «los campos santos» del mundo.
Todavía hay algunos insisten en no vacunarse y esos son, a estas alturas de la declaratoria de la pandemia por la O.M.S., quienes están siendo atendido, por ejércitos de «ángeles de batas blancas», en las unidades de cuidados intensivos del Universo. el coronavirus nos cortó de un tajo la libertad de decidir unilateralmente.
He ahí el drama: cedo por mí o por ti.
Vacúnate si quieres vivir en el vecindario. Sino aíslate para siempre.
No contaminen el ambiente!.. Anacoreta en otros tiempos. En estos hay que ser
conscientes. Generoso contigo y con los otros.
Mientras tanto, los virólogos han predecido que esto no va a terminar de la noche a la mañana. Que el virus nos cambió la vida. O mejor, nos enseñó el valor de vivir una buena vida. Esa que anhelamos muy lejos, pero muy lejos, de la muerte. Y entonces, si queremos seguir vivos es hora de estar vacunado por el bien personal, familiar y el bien social.
De allí que eso del anunciado carnaval 2022, con danzas callejeras, fiesta de naturales aglomeraciones (no recomendadas por las autoridades sanitarias
cuerdas), suene a mis oídos como un lunfardo: un canto al desafío de bailar entre la vida o la muerte. Tremendo garabato.
Ante la incertidumbre qué hacer con esta nueva vida?. Ser uno mismo o el animal social(zoo politicon) que definió Aristóteles?. Yo decidí vivir con las manos limpias, lavadas.
En vez de alcohol cargo, herencia de Ma. Caamaño, la madre bendita, un frasquito de «Jean Marie Farina». Y hasta el tapaboca hospitalario le dejo caer unas
gotitas de la colonia francesa, cuyo botellón pago con la mesada de pensionado o por regalo del hijo mayor, con la que se bañaba el Libertador de 5 naciones del Tercer Mundo, cuando pretendía de seductor en sus adultos y atildados amores.
Créanme, lo leí en «el general en su laberinto». Ese olor lo impregnó en el Rio hasta morir solitario en una finca del Magdalena.
Ser humano. Solidario. Es usar tapaboca en público y en privado. Olvidar los besos y los abrazos. Andar con las manos lavadas religiosamente. Y no creer que la vida es un carnaval, como cantaba ¡azúcar! Celia Cruz. La vida es un regalo que requiere: a u t o c u i d a d o!!!. Hagan caso. Vacúnense…carajo!
Definitivamente, ya la muerte no exige funerales, como los de la mamá grande, ni como los de los papas medievales. Y menos como los entierros de mi gente
pobre, que cantó Cheo. Se volvió Humilde.
La muerte es una despedida.
Solo las personas generosas se transforman en recuerdos. Buenos recuerdos.
La próxima: estudiar creando mundos literarios.