A Santa Marta llegaron centenares de voces desde todos los rincones de América Latina, el Caribe y Europa. Mujeres campesinas, líderes juveniles, defensores de derechos humanos, representantes de pueblos indígenas, afrodescendientes, migrantes y activistas sociales se dieron cita en la ciudad para decir algo que durante mucho tiempo fue un susurro: nuestras regiones necesitan hablarse desde la igualdad, no desde la subordinación.

Así nació la Declaración de la Sociedad Civil ALC–UE, un documento que recoge los clamores, esperanzas y advertencias de la ciudadanía birregional frente a la IV Cumbre CELAC–UE. No se trata solo de una lista de recomendaciones: es una radiografía humana del momento que viven dos continentes que comparten historia, heridas y sueños de transformación.

Un encuentro de muchas voces

Durante dos días, el Foro de la Sociedad Civil ALC–UE convirtió a Santa Marta en un espacio de escucha activa. Bajo el sol ardiente de la costa, los acentos se mezclaron y las agendas también. Las delegaciones europeas hablaron de transición verde y cooperación digital; los líderes latinoamericanos recordaron que sin justicia social no hay sostenibilidad posible.

“Las asimetrías entre nuestras regiones han marcado siglos de relación desigual”, dijo una de las participantes de la Red de Mujeres Afrodescendientes, “pero hoy queremos una cooperación que hable de dignidad, de vida y de respeto”.

El documento final, respaldado por decenas de organizaciones, pide exactamente eso: igualdad real en la relación birregional, participación efectiva de las comunidades locales y compromisos medibles en temas como clima, democracia, migración, seguridad alimentaria y derechos humanos.

El derecho a existir y decidir

En cada mesa de trabajo se repitió una idea: la sociedad civil no es un invitado ocasional en los grandes foros, sino una fuerza viva que sostiene la democracia.
Por eso, la Declaración reclama que los gobiernos garanticen un entorno seguro para quienes defienden derechos, transparencia en la cooperación internacional y financiamiento justo para el desarrollo sostenible.

Las mujeres también hicieron sentir su voz. Propusieron un “Pacto birregional por los cuidados”, una agenda que reconozca el valor del trabajo doméstico, comunitario y ambiental, y que coloque la igualdad de género como base de toda política pública.

“Cuidar no es solo un asunto privado”, expresó una activista guatemalteca, “es una tarea colectiva que debería estar en el centro de las economías”.

Entre esperanzas y desafíos

Pese al entusiasmo, el encuentro no estuvo exento de dudas. Muchos temen que la Declaración termine archivada, como ha ocurrido antes con compromisos similares.
La canciller de Colombia, Rosa Yolanda Villavicencio, reconoció el reto: “Durante mucho tiempo, el diálogo entre nuestras regiones estuvo marcado por la asimetría. Pero el mundo cambió. Ahora nos necesitamos en condiciones de igualdad”.

El documento final insiste en que los fondos europeos para América Latina —como los del programa Global Gateway— no pueden usarse solo como inversión económica: deben ser herramientas para cerrar brechas y fortalecer comunidades.
También pide reconocer el papel de los pueblos indígenas y afrodescendientes en la protección del planeta, y exige políticas que frenen el crimen organizado sin militarizar los territorios.

Una voz que atraviesa el Atlántico

Más allá de los discursos, lo que se vivió en Santa Marta fue un acto de reivindicación.

Las juventudes hablaron de migración y de futuro; las comunidades rurales pidieron soberanía alimentaria; las ONG europeas recordaron su responsabilidad ante la crisis climática.

De esas conversaciones emergió una conclusión compartida: no hay desarrollo posible si una parte del mundo decide por la otra.

Por eso, la Declaración que se presentará en la Cumbre CELAC-UE no busca pedir favores, sino establecer una alianza de igual a igual.

Una alianza que reconozca que los problemas globales —el hambre, el clima, la violencia, la exclusión digital— no distinguen fronteras, y que solo pueden enfrentarse si la gente común tiene voz y voto en las decisiones.

El mar caribeño fue testigo de algo más que un evento diplomático.


Allí se sembró la esperanza de que la cooperación birregional pueda ser distinta: más humana, más cercana, más justa.
Ahora, el desafío será que los jefes de Estado que se reúnen en la Cumbre escuchen y actúen.
Que los compromisos no queden en papeles, sino que se traduzcan en políticas, presupuestos y vidas transformadas.

Porque, como dijo una joven activista venezolana durante el cierre:

Las declaraciones no cambian el mundo, pero las personas que las escriben, sí.”