Por: Jaime Guzmán
Hoy me levanté con el despertador circular invadido de calor, que fluía por ratos y adentraba con sus manos invisibles en forma de as y en un ángulo de 45 grados por mi ventana. Me abstraía en un punto blanco mirando que tenía forma de diez de la mañana y reflexionado, buscaba pronto la presencia de mamá. Ella, como siempre en su galaxia terrenal la mecedora, contaba los pequeños y altos recibos de valor, que llegaban de una tienda y mejor aun los cincos postres necesarios de los servicios públicos, también llamaba al médico.
Todo parecía que había un nuevo comenzar en nuestras vidas, una etapa diferente y de cuidado, como caminar de una montaña a otra en un hilo de coser.
Inconsciente o no regresé al cuarto y con mis otras hermanas que aun no conocen, denominada ansiedad y melancolía, me dibujaban otra vez con su pintura de hábitos, encender al computador, mostrándome algo nuevo que rejuvenecería mi vida: escuchar Jazz.
De inmediato y razón no sé, se me vino la imagen de un gran amigo ya fallecido el doce de febrero del ochentaicuatro, apasionado del boxeo y escritor, Julio Cortázar.
Con su extranjera voz e interesante y, algo bien particular, un matiz de nostalgia, algo entre cortado en su hablar, se respiraba en él las notas musicales que jugaban con el abanico de mi cuarto, eran muy suaves, relajantes y profundas. Lo mejor no es eso, lo que menos imaginaba es que se sentó en mi escritorio y se visualizaba en su rostro algo de sentimientos encontrados, entre la impotencia de una sociedad y la alegría momentánea de aparecer de nuevo en la tierra.
Por algo hoy escribo en estas claras notas algo vago, lo que un hombre común y silvestre hace en su cuarto azul, arropado por hojas, almohadas de libros aburridos cuyos nombres ahora y nunca provocan nombrar. Lo que sí me conmueve es algo que ahora ha pasado, no quería que se fuese pero… Carajo!! Que se hace! Es la Mañana. No quería que se marchara pero hay que dejar que se vaya para que venga al otro día me bese entre el lapso de nueve y diez de la mañana, platiquemos y luego se largue.
Mientras, aires musicales se escuchaban en las pintura azul de mi cuarto, evoco aquellos tiempos de los años cincuenta, no con el ánimo de homenajearlos, sino de seguir construyendo su cultura que como hoy, sin pagar peaje y sin pedir permiso, se adentró al ánima de mi ser, dejando estas notas que no son de un Pseudopoeta, sino del papel de un escritor que le fascina llamar la atención, pero siempre con algo de mesura, preferible sin que nadie y menos la sociedad lo sepa.
No es mentira, este arte musical me arrastró, diciéndome con sus tristes y alegres palabras con sus notas musicales, lo bello de su cuerpo cadencioso e imaginario y también mágico y comunicativo.
Al instante tomé papel, lápiz, y con café para carburar ideas terminé en realizar una poesía toda extraña que nacía de mi cabello enredado y atravesado le recité.
Hey! Nunca mi amigo te vayas
Te imagino sin medir cuanto
Llegaste sí! en gran momento
Y hoy te canto cuartetos vagos
Por que no riman el uno y el tres,
Solo el verso segundo y el cuarto,
Un sencillo ejemplo podría ser:
Si no sabes, dos por dos es cuatro
Sin razón en mi, adentraste…
En la mañana y el mediodía
Mientras me levantaba como antes
Forjabanse, nuevas poesías
Magia! Se formó el mejor cuarteto
Armoniza el segundo con el cuarto,
El primero aflora con el tercero
Todo por ti, magistral encanto.
El final como tu, es infinito
Al igual que tus notas musicales,
Con aquellos temas inmortales
Mientras hoy te brindo con tinto
Oh numen, quien te acompaña,
No es otra señora que la poesía…
Y así en su vieja redondilla…
También riman, ésta y la de entrada
Mi intención no era solo escribir,
Sino, exaltarte y hacerte vivir
En disímiles y vagos cuartetos
A ti, viejo Jazz y oscuro cual cuervo…
Dedico con sencillos versos
A usted profundo y sagaz.
Y divertidos como el juego.
Placéenme decirle señor Jazz.
Señor Jazz, con su agudo rostro y de felicidad aunque por dentro un poco en lamento, no dejas de ser integral. y Julio Cortázar me acompañó en esta mañana un poco azul y gris, con su con su cigarrillo que invadía con su perfume de melancolía, en este día jocoso y divertido, donde se me abría de piernas la imaginación y con estado jubiloso se arrastro con ella mi tedio, hasta saciarse con ella, en aquellos besos que sabían a Nada y mi novia de adolescencia, la soledad, estaba sentada y taciturna en el cálido piso de mi cuarto, acolitando estos efímeros momentos, y el Jazz, que la miraba la invitó a bailar un vals.