A días del fallo que definirá si Álvaro Uribe irá o no a juicio por manipulación de testigos, el expresidente recurre a una de sus frases más ensayadas: “No actué por odio, sino por dignidad”. Pero en realidad, lo que queda claro es que Uribe está atrapado en la telaraña que él mismo tejió durante décadas de política basada en la confrontación, la desconfianza institucional y el desprecio por la justicia cuando no le favorece.

La ironía es brutal. El caso por el que hoy está a punto de ser procesado nació de una denuncia que él mismo interpuso contra Iván Cepeda en 2012. Acusó al senador de visitar cárceles y manipular testigos para vincularlo con el paramilitarismo. Pero fue esa denuncia la que llevó a que la Corte Suprema no solo archivara el caso contra Cepeda, sino que encontrara indicios de que quien habría orquestado presiones sobre testigos era el propio Uribe, a través de su abogado.

Lo que comenzó como una jugada para acallar a un contradictor político terminó por abrir el proceso judicial más grave que haya enfrentado un expresidente colombiano. El cazador convertido en presa.

Ahora, al borde de un fallo decisivo, Uribe apela a la dignidad. Pero esa “dignidad” fue también el argumento que usó para deslegitimar a las cortes, perseguir opositores, estigmatizar a defensores de derechos humanos, y sembrar un relato binario que aún divide al país entre “patriotas” y “enemigos”.

El discurso de víctima no resiste análisis. Uribe no es víctima de una conspiración, sino del espejo que la justicia le puso frente a los ojos. Es víctima de haber querido instrumentalizar al sistema judicial como arma política. De haber construido un relato en el que el poder debía estar por encima de la ley. Hoy, lo que enfrenta no es una traición, sino la consecuencia lógica de haber sembrado desconfianza en las instituciones mientras creía estar por encima de ellas.

Si finalmente el fallo lo envía a juicio, no será por su ideología, ni por su partido, ni por sus enemigos. Será por sus actos. Por las llamadas interceptadas. Por los testimonios de quienes aseguran que recibieron presiones. Por haber intentado usar la justicia para aplastar a quien pensó que era solo una piedra en el zapato.

Uribe no cayó por el odio. Cayó por no creer que algún día el país le pediría cuentas.