La noche cayó sobre el Estadio Departamental Libertad como un telón que abría paso a una obra colosal. El viento andino traía consigo el murmullo de los hinchas, la ansiedad de la tabla y el eco de una rivalidad que esta vez se escribiría con letras de fuego. Deportivo Pasto y Atlético Junior protagonizaron una guerra sin vencedores, pero con seis goles que retumbaron como relámpagos en la cordillera.
Desde el primer silbatazo, el Pasto mostró que su terreno es sagrado. Andrés Alarcón, con la furia de los volcanes nariñenses, empuñó el balón como un rayo y lo clavó en el fondo de la red al minuto 16. No hubo festejo moderado, porque aquello no era solo un gol: era un aviso. El Junior, herido en su honor, no tardó en reaccionar. Luis ‘Cariaco’ González, el guerrero caribeño, tomó la esférica y, desde los once pasos, fusiló al portero con un penalti que igualó las cargas.
Pero la paridad no duró mucho. Johan Caicedo, con la agilidad de un felino, se filtró entre las líneas barranquilleras y convirtió el segundo con una finta magistral. Y cuando aún se cantaba ese tanto, volvió a aparecer Alarcón —el hombre del doble filo— para poner el 3-1 con una daga más al corazón visitante.
El entretiempo no fue un respiro, fue un juramento. Junior no estaba muerto, solo aguardaba su momento. Al minuto 47, Fabián Ángel apareció como un relámpago rojo y blanco para recortar distancias con un cabezazo que encendió la esperanza. Y fue entonces, en medio del asedio constante, cuando el guaraní Guillermo Paiva se convirtió en leyenda momentánea. Minuto 72, balón filtrado, control con la serenidad de un veterano, y definición quirúrgica al palo izquierdo. El empate era un rugido del destino.
Los minutos finales fueron de infarto. Un toma y dame con aroma a final, con piernas cansadas y corazones que latían al ritmo de la tribuna. Pero el destino, sabio y cruel, decretó el empate. Un 3-3 que no dejó a nadie indiferente.
En Pasto se vivió más que un partido. Se escribió un capítulo épico del fútbol colombiano, con héroes en ambos bandos, con poesía en cada pase y con la certeza de que el balón, cuando rueda con pasión, puede contarnos las historias más emocionantes.