Barranquilla, 6 de abril de 2025. El sol se escondía entre el vaivén de las banderas rojiblancas y la humedad típica del Caribe cuando el estadio Metropolitano presenció una victoria más del Junior, una de esas que se celebran más por el corazón que por el juego. Carlos Bacca, eterno y vigente, marcó el único tanto del partido. No fue el mejor juego del equipo, fue discreto, incluso insípido por momentos, pero el gol bastó para desatar una euforia que hace rato no se sentía en las tribunas.

La celebración fue lo más vibrante de la noche. Tres figuras se fundieron en un abrazo que parecía ensayado, casi coreográfico: Teófilo Gutiérrez, Guillermo Paiva y Carlos Bacca. Los tres, referentes actuales del Junior, se juntaron en una imagen poderosa, casi mística. Sin saberlo, rendían homenaje a una postal del pasado, aquella del Junior campeón del 95, cuando la historia la escribían Iván René Valenciano, Carlos ‘El Pibe’ Valderrama, Víctor Danilo Pacheco y Jorge Bolaño.

Sí, Jorge Bolaño. Justo el mismo que esta noche, mientras Junior celebraba, partía en silencio. Como si la vida, en una de esas ironías que solo el fútbol sabe narrar, tejiera un último capítulo perfecto para el Samario que lo dio todo en la cancha. Un infarto, dicen algunos reportes preliminares. Un golpe seco, invisible, le apagó la luz mientras el pueblo barranquillero gritaba un gol que, sin saberlo, también era un adiós.

Treinta años después, la historia se repetía con otros nombres, pero con la misma pasión. Aquella celebración de Bacca, Teo y Paiva, sin proponérselo, fue una postal gemela de la del 95. Como si el espíritu de Bolaño hubiese estado allí, en la cancha, viendo cómo su legado se hacía presente sin necesidad de palabras. Como si el fútbol, ese lenguaje divino, lo hubiese despedido con lo que más amaba: una pelota, una celebración, una camiseta rojiblanca.

Jorge Bolaño fue más que un mediocampista de marca. Fue equilibrio, entrega, precisión. En el Junior del Pizzi-Restrepo, fue un relojito. Luego lo vieron brillar en Italia con Parma y Sampdoria, y más adelante cerrar su carrera con dignidad en el Cúcuta Deportivo. En la Selección Colombia dejó huella en el Mundial del 98 y en aquella recordada Copa América donde, tras marcar dos golazos, fue inexplicablemente sustituido y el equipo terminó eliminado por Chile. Una mezcla de gloria y frustración que también es parte de su historia.

Hoy, mientras algunos celebraban sin saber, otros lloraban en silencio. El Junior ganó, sí, pero también perdió. Perdió a uno de los suyos, a un guerrero silencioso que dejó la piel por su equipo y por su país.

Y así, entre la alegría del gol y la tristeza del adiós, Barranquilla volvió a recordar que el fútbol es más que un juego: es memoria, es homenaje, es vida… y también es muerte.