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Por: Hernando Gómez Buendía

El paro nacional fue una llamarada de grandes proporciones que sin embargo se apagó súbitamente. ¿Cómo explicar este raro fenómeno?

Una primera razón es la gran debilidad de las organizaciones populares en Colombia. No tenemos los partidos indígenas de otros países andinos, ni los sindicatos poderosos de Argentina o de Brasil, ni la coalición de clases medias en el estilo de Chile; tenemos núcleos regionales como el CRIC, sindicatos sectoriales como Fecode o movilizaciones locales contra algunos proyectos mineros.

En segundo lugar, las organizaciones nacionales siempre han estado intensamente fragmentadas. El movimiento campesino se dividió y se divide en varias “líneas”, los estudiantes o los pensionados tienen varias “federaciones”, e inclusive hoy en el Comité Nacional del Paro toman asiento tres centrales obreras que llevan años de disputarse el predominio (CUT, CGT y CTC).

Esa debilidad y esa fragmentación son a su vez reflejo de un problema más hondo: nadie en Colombia representa a nadie. Los sindicatos hablan por un 4 % de los trabajadores en las grandes empresas, las ONG hablan por sus respectivos activistas, los gremios dicen unas cosas mientras Sarmiento y los antioqueños se aseguran de otras cosas, el periodismo desapareció, las redes son ruido puro… e incluso los políticos de oposición hablan a título personal (como dijo De la Calle cuando la Coalición de la Esperanza se reunió con Iván Duque).

Pasando a lo coyuntural, la dispersión implicó que no existiera una causa o un reclamo verdaderamente común entre los manifestantes. Por eso los 104 puntos “de emergencia” que contenía el pliego, a pesar del intento de pegarlos con babas en “apenas” siete puntos tan gaseosos como este: “No discriminación de género, diversidad sexual y étnica” (que de paso, además, es lo que manda la Constitución desde hace 30 años).

La dispersión anterior acabó por diluir los reclamos sociales o económicos de fondo, para pasar a una cuestión distinta: la denuncia de abusos de la Fuerza Pública, que a su vez pudo ser diluida con los informes de organismos de control, la visita de la CIDH y las reformas a la Policía que anunció el presidente.

Además de lo cual, y antes que todo, está el carácter autodestructivo de las dos herramientas que podían utilizar los promotores: bloqueo de carreteras para desabastecer las ciudades y concentraciones callejeras que impiden movilizarse. Sin contar los episodios de vandalismo, estas dos estrategias perjudican a las mayorías y crearon el ambiente de opinión que hizo imposible mantener el paro.

Bajo esas circunstancias, el Comité Nacional tuvo que optar por un camino diferente: la redacción de proyectos de ley sobre los muchos puntos de la agenda, sobre lo cual hay que decir dos cosas. Que para eso no necesitaban hacer paros y que los proyectos no tienen por qué ser aprobados.

Lo cual me trae al tema grueso: hay un divorcio entre los movimientos sociales y el sistema político, y mientras ellos no se organicen y utilicen la vía electoral, no habrá reformas de veras en Colombia.

Para ahondar en los antecedentes y factores que explican el paro, les invito a mi libro Entre la Independencia y la pandemia. Colombia, 1810 a 2020.

Director de “La revista digital Razón Pública”.