Opinión.

Por: José Obdulio Espejo Muñoz

Es de ingenuos pensar que los actos vandálicos y de terror que vienen ocurriendo en Colombia después de las legítimas jornadas de protesta social, en especial en horas de la noche, son fruto del azar o de la generación espontánea.

Que el vandalismo preceda la protesta social casi que, de manera simultánea en Bogotá, Cali, Medellín, Barranquilla, Bucaramanga, Pereira, Manizales y Santa Marta, por citar algunas capitales del país, es un asunto que debería llamar la atención de las autoridades y de la prensa. Lo curioso es que unos y otros simplemente lo observan de reojo.

Es una práctica metódica, recurrente y sistemática que se viene gestando desde las jornadas de protesta social de noviembre de 2019, con Bogotá como una especie de probeta de laboratorio. Lo propio ocurrió tras el asesinato del taxista Javier Ordóñez a manos de policiales en septiembre de 2020, episodio deplorable que sirvió de excusa perfecta para realizar una segunda prueba de este experimento de caos y desorden social.

Difícil creer que los artífices de tanta destrucción simplemente estaban tranquilos en sus casas y de repente sintieron el impulso de salir a la calle a arrasarlo todo a su paso: sedes bancarias, estaciones y buses de transporte público, establecimientos de comercio ‒con énfasis en supermercados‒ y estaciones y CAI de la Policía.

Pero más difícil creer que ese repentino impulso ‒motivado por el enorme descontento social acumulado, según voces expertas y una parte de la prensa‒ los lleve a confluir en el mismo lugar y a la misma hora.

Paso a los hechos. Si se hace el ejercicio de caracterizar estos episodios de violencia y terror y luego georreferenciar dónde ocurrieron en los momentos que enuncié párrafos arriba, y a renglón seguido se superponen los calcos de este mapeo, ¡eureka! Algunos ya le pusieron nombre y apellido a esta estrategia: unos la llaman revolución molecular disipada y otros, muerte entrópica concentrada. El nombre es lo de menos ante la gravedad de los sucesos.

Visto así, para nada resulta descabellado pensar que existe un arquitecto o grupo de arquitectos que están detrás de la masa anárquica. Su inteligencia y habilidad es sorprendente, como quiera que actúan a la sombra de todos, incluso aprovechándose de la ingenuidad de los líderes de la protesta social y sus justos reclamos. Utilizar la causa del otro para una mayor.

No hay asomo de duda que, tras bambalinas de la legítima protesta social, se tejen obscuros intereses de cara a los comicios que en 2022 decidirán el futuro político de Colombia en el siguiente cuatrienio. Bajo este rasero, cobran sentido los trinos y las intervenciones online del candidato de la Colombia Humana ‒pese al audio que reveló el pasado viernes Blu Radio‒ y su séquito de áulicos y de otros politiqueros de marras como Samper, Barreras, De la Calle, Santos, Robledo y Cristo.

El tema es tan político que tres perlitas lo condimentan: primero, un desacertado pronunciamiento de la JEP en medio del rifirrafe pidiendo reformar a la Fuerza Pública; segundo, un comunicado de la CEV condenando los excesos policiales, pero que no hace referencia a los agentes que la turba intentó quemar con gasolina en Bogotá y menos a los más de 800 uniformados heridos; tercero, el ataque premeditado a las sedes del Canal RCN y de Semana, dos medios considerados pro establishment.

Que tanto la JEP como la CEV hayan vuelto a pelar el cobre ‒así ‘Pacho’ De Roux diga que mis escritos son ad hominem‒ no me causa sorpresa, como si el hecho de que la prensa colombiana denote tan poco olfato periodístico en estos tiempos aciagos. Un oasis en este desierto: un informe del periodista Mario Villalobos de Red + Noticias señala que un grupo de expertos detectaron más de siete mil cuentas falsas que, a través de fake news, estarían promoviendo la comisión de actos vandálicos en el país. Quién, cómo, por qué y para qué, son preguntas obligadas que pocos hacen.