En medio de un contexto hemisférico agitado, la Organización de Estados Americanos (OEA) se encuentra en un punto de inflexión. La presión por adoptar una postura clara frente a la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela y la crisis institucional en Haití podría definir su supervivencia como foro de concertación democrática. Estados Unidos, especialmente con la creciente influencia del expresidente Donald Trump y su posible retorno a la Casa Blanca, está considerando romper definitivamente con la OEA si esta no responde con firmeza frente a los regímenes autoritarios del continente.
Altos funcionarios de la administración republicana han dejado entrever que el «abandono moral» de la OEA ante la prolongación del régimen chavista y la falta de acciones concretas frente al colapso haitiano representan un punto de no retorno. Voceros cercanos al ala más dura del Partido Republicano consideran que el organismo ha sido complaciente con los regímenes autoritarios y ha fracasado en su misión de defender la democracia representativa en la región.
“La OEA se ha convertido en un club de discursos y no en un mecanismo eficaz de presión regional”, declaró recientemente un asesor del expresidente Trump durante una cumbre conservadora en Texas. “Si la dictadura de Maduro continúa recibiendo un trato de Estado legítimo, Estados Unidos debe reconsiderar seriamente su membresía.”
Maduro y el fraude estructural
La situación en Venezuela vuelve a ser el centro del debate hemisférico. A pesar de los acuerdos previos de Barbados y el respaldo inicial al proceso electoral de 2024, el nuevo mandato de Nicolás Maduro ha sido cuestionado por múltiples gobiernos y organizaciones independientes, que denuncian un fraude electoral estructural, persecución de opositores y cierre de medios.
Sin embargo, la Asamblea General de la OEA no ha adoptado una resolución firme condenando el resultado, lo que ha causado molestia en sectores del Congreso estadounidense. Mientras países como Paraguay, Uruguay y Canadá piden suspender a Venezuela del organismo, otras naciones del Caribe y de la izquierda regional bloquean cualquier pronunciamiento con peso diplomático.
Haití: un Estado fallido a las puertas del colapso
La otra gran herida abierta es Haití. El país más empobrecido del hemisferio vive una catástrofe política y humanitaria sin precedentes. Grupos armados controlan zonas enteras de la capital y el gobierno provisional apenas tiene capacidad de operación. Las misiones de la ONU y los esfuerzos de la Comunidad del Caribe (CARICOM) no han logrado frenar la espiral de violencia.
La OEA, en palabras de analistas internacionales, ha adoptado una postura “tibia” que se limita a emitir comunicados. Para Estados Unidos, la inacción frente a un Estado fallido a 1.100 kilómetros de Florida representa un riesgo de seguridad nacional, en un momento en que la migración haitiana hacia territorio norteamericano se ha disparado.
Aunque la administración Biden ha mantenido una postura diplomática de presión dentro del marco multilateral, el regreso de Trump —o su influencia creciente en la política exterior del Partido Republicano— podría llevar a una ruptura formal con la OEA, como ocurrió con otras instituciones multilaterales durante su primer mandato.
Una eventual victoria de Trump en noviembre de 2025 plantearía escenarios imprevisibles: desde el corte de financiación a la OEA hasta la creación de un nuevo foro hemisférico excluyente, en el que solo participen países afines a su línea dura frente a Cuba, Venezuela y Nicaragua.
La OEA está llamada a actuar. La Asamblea General que se desarrolla este mes en Antigua y Barbuda es la última oportunidad para definir su postura con claridad frente a las crisis más graves de América Latina. No se trata solo de emitir condenas simbólicas, sino de recuperar su legitimidad como órgano de defensa de la democracia.
Los próximos días serán decisivos. O la OEA asume un rol protagónico e independiente, o se arriesga a convertirse en una institución irrelevante en el nuevo ajedrez geopolítico continental, marcado por la polarización, el autoritarismo y el ascenso de un nuevo nacionalismo hemisférico liderado desde Washington.