Por: Edwin Doria

Hoy decidí disfrazarme de mujer. Vivir la experiencia del otro sexo. Entonces cambié de identidad, apariencia y hasta de ciudad, para no ser descubierto.

Me transformé en Negrita Puloy, desplazada por la violencia, viuda del hombre que asesinaron junto con sus hermanos, para despojarlos de la tierra que los vio nacer.

Esa fue la historia que inventé. Mujer cabeza de familia que debía sostener a tres hijos, con el salario devengado, producto del trabajo. Ese dinero debia enviárlo, supuestamente, a mi madre para la manutención de ella, los dos niños y la niña.

Instalado en una habitación en alquiler, parte de un condominio, me dí a la tarea de conseguir un empleo digno para cubrir los gastos de la experiencia Femeni.

En principio, como no estaba preparada para laborar en ciudad, la dueña del condominio, me recomendó como empleada de servicio doméstico, en casa de una familia adinerada, pero mi supuesta condición de desplazada, les generó mucha desconfianza. Además, el hecho de ser mujer negra, no les agradaba. Según confesó la adminidtradora de la mansión, no permitían que una mujer negra manipulara los alimentos y mucho menos atendiese a sus hijos. Consideraban que la gente desplazada eran de la peor calaña. En fin, tuve que buscar otra opción de trabajo. Lo interesante es que no me rendí.

Debido a mi fracaso anterior, salí casa a casa, cómo los evangélicos, a ofrecer los servicios en barrios de clase media, para hacer aseo por día, llegaba con balde, escoba, trapero y limpion.


Esto causaba gracia y curiosidad en la gente y me daban unas monedas para divertirse por la forma como hacía el aseo, cantando, bailando y trabajando.

Con el oficio que realizaba, transmitía alegría en los hogares. En algunas mujeres causaba celos, porque sus maridos estaban más pendiente de cómo movía el culo al trapiar, que al mismo aseo. Incluso, muchas propuestas indecentes llovieron desde la boca, gestos y expresiones morbosas de muchos hombres.

Mostraban la lengua y la movían cómo serpiente para encantarme, otros movían la lengua en círculo al interior de la mejilla para indicarme que mis gruesos labios eran provocativos para chupar.

También figuraban con las manos una vulva e introducían su lengua y la movian, simulando la minué. Todo esto a espaldas de su compañera.

Por supuesto, fui objeto de acoso, abuso y falta de respeto por parte de los hombres, que en un descuido me agarraban hasta la ‘panocha». Pero también, recibian su merecido.

En una ocasión, una clienta y sobre todo su señor marido, satisfechos con el trabajo ejercido, me contrataron para quedarme un fin de semana para el cuidado de la casa, lavada de ropa y cocinada. La verdad es que la paga no era muy buena, pero la necesidad tiene cara de perro, y era parte del experimento Femeni.


Luego de lo cansado que terminaba en cada jornada de trabajo, dormía en el cuarto del olvido que me asignaron. Allí compartía habitación con ratones, cucarachas, lagartijas y polvorientos objetos en desuso.

La primera madrugada de ese fin de semana, tocaron la puerta y como no abrí, el marido de la patrona, llamaba en voz baja, desesperado y exitado, negra, negra, abre la puerta, soy tu patrón.

Entonces, por una rendija de la puerta asomé con cuidado uno de mis ojos y ahí estaba él, con su pene erecto, frotandolo con una de sus manos. Abrí la puerta y arrojé sobre su humanidad semidesnuda la orina acumulada durante la noche en una vacenilla plastica.

Ese hombre huyó en silencio, haciendo toda clase de mimica y de gestos obscenos en contra mía.


Al siguiente día, por la mañana, la señora de la casa, me despidió sin causa justificada, su compañero, que no mostró el rostro, con voz grave, gritó desde la habitación matrimonial, – ¡No le pagues! ¡Es una ladrona! –


Sin embargo, ella canceló la paga, hasta de los dos días no laborados. Antes de marcharme susurró a mi oído,Por él, las muchachas de servicio no quieren trabajar en esta casa –
Durante la estancia en el condominio, conocí a un vecino soltero que me cortejaba y se preocupaba por mi difícil situación economica.
El vecino, todas las noches al regresar de la calle, compartía la comida conmigo y a cambio, lavaba su ropa. Eso sí, le decía, los calzoncillos los lavas tú. Él solo reía.
Aveces se ausentaba por unos dias del condominio, y autorizaba a la dueña suministrarme los alimentos. La cosa estaba color de hormiga. No podía continuar con este experimento. El hombre estaba dispuesto a una relación seria conmigo.
Yo no podía decirle…
-lo que sucede vecino… es que… yo… no soy una mujer de verdad.. usted comprenderá…
Mientras pensaba, el vecino actuaba. Esa noche me invitó a bailar y quién sabe a qué mas. Traté de evadirlo, pero él, insistía con la complicidad de la dueña del condominio, que decía:

Ese tipo vota la baba por ti. Además, es un buen partido. Tiene en su haber todas las cosas que necesita una mujer, para ser feliz. Juego de cuarto, nevera, estufa, vajilla, licuadora, plancha, lavadora, muebles y hasta unos pesitos ahorrados para la boda –
Entre otras cosas, el hombre estaba dispuesto a casarse y hacerse cargo de mis supuestos, tres hijos y hasta de mi madre. No tuve más que aceptar la invitación.
Fuimos a un estadero al otro lado de la ciudad, cervezas iban y cerveza venían. Bailamos salsa, merengue, vallenato, reguetón y champeta. El me tenía amasisada, tratando de arrescostarme su pene y yo sacándole el culo literalmente. Después quiso besuquearme sin ni siquiera enamorarme.
Aproveché la situación incómoda, para ponerlo en su sitio.

Vas muy rápido, cariño. Solo somos amigos. Además no nos conocemos muy bien –
El hombre entró en cólera, – Crees que soy un tonto, un paganini. Todo lo que hago por ti y así me pagas.

Debes estar agradecida conmigo. Ningún hombre va a recoger una mujer con hijos y hasta con la madre.

Quién te dijo que voy a vivir contigo. Estás equivocado-
-Acaso tienes otro hombre? Eso no lo voy a permitir.

Estás borracho. Vámonos de aquí-

De aquí nos vamos, cuando yo diga –
Me sujetó por la blusa. Traté de safarme, pero él apretó con fuerza mi brazo. Entonces no tuve más remedio que golpearlo con la rodilla en los testículos, dejándolo tirado, revolcándose de dolor en el suelo. Los demás hombres del estadero gritaban: ¡Cachona! ¡Mata marido! *»;»…?
Huí en un taxi al condominio, empaqué las pocas pertenencias en la maleta y me dí a la fuga sin que la dueña notase la partida.

Así terminó el experimento femini, pienso, no repetir.