En un giro cultural inesperado, un número creciente de jóvenes estadounidenses, especialmente hombres, están abrazando el cristianismo ortodoxo ruso no por motivos puramente espirituales, sino como respuesta a lo que perciben como una crisis de identidad masculina en Occidente. En este fenómeno, la religión es menos un acto de fe y más un símbolo de rebeldía contra los valores progresistas.

A través de redes sociales y comunidades digitales, estos jóvenes exaltan lo que consideran «niveles absurdos de masculinidad» promovidos por la Iglesia Ortodoxa Rusa: jerarquía estricta, roles de género tradicionales, culto al deber y rechazo a la cultura liberal. Para muchos, la estética ritual y el aura de solemnidad ofrecen un escape a lo que llaman la “decadencia moderna”.

El atractivo va más allá de lo espiritual. En algunos casos, la ortodoxia rusa se convierte en una herramienta ideológica. Se glorifica a Rusia como bastión de valores tradicionales, mientras se caricaturiza a Occidente como un terreno moralmente colapsado. Figuras conservadoras e influencers de extrema derecha alimentan esta narrativa, promoviendo la conversión como un acto de resistencia cultural.

Sin embargo, voces críticas advierten que este tipo de adhesión instrumentaliza la fe y corre el riesgo de convertir una tradición milenaria en un vehículo para el autoritarismo espiritual, el conservadurismo extremo y la misoginia. También levanta alertas por la creciente simpatía de estos grupos hacia regímenes autoritarios, disfrazados de guardianes de la moral.

Lo que en otros contextos podría leerse como una búsqueda espiritual, en este caso parece responder más a un deseo de identidad masculina rígida, resistencia cultural y, en ocasiones, a una romantización peligrosa del poder y el control.