Opinión

Por: José Obdulio Espejo Muñoz

Si hay algo claro como el agua luego de más de tres semanas de paro nacional−condimentado por recurrentes jornadas de protesta callejera, bloqueos de vías y vandalismo − es la instrumentalización de la que han sido objeto los medios de comunicación en Colombia por cuenta de los diferentes actores involucrados en esta realidad.


Un comportamiento entendible y, quizá, aceptable en la prensa extranjera, como bien se colude de la lectura del reportaje de las periodistas Julie Turkewitz y Sofía Villamil, del New York Times.

La corresponsal estadounidense y su colega asociada en Colombia se quedaron con la fotografía de los abusos policiales, pero omitieron los demás retratos del paro.

Al fin y al cabo, los periodistas gringos y europeos son presa fácil del romanticismo que encierran los «estallidos sociales» tercermundistas.

Ahora bien, si en el pasado se cuestionó el excesivo apego de la prensa criolla a las fuentes oficiales, ahora es válido recriminarla porque optó por colocarse al otro extremo de la cuerda, dando crédito a cuanta información proviene de algunas de las partes involucradas en las jornadas de protesta. Este pecado sería redimible sino fuera porque se conjuga con otro que es capital: poco se contrastan las fuentes y los hechos.


En los telenoticieros, por ejemplo, la cobertura se ha caracterizado por la ausencia de reportería en la calle, escenario por excelencia de las protestas. Resulta evidente que los periodistas y sus experimentados editores están echando mano de las imágenes que les suministran los grupos involucrados en las refriegas, captadas generalmente con teléfonos móviles.

En el mejor de los casos, las imágenes provienen de las cámaras de seguridad dispuestas en las zonas de confrontación. El problema de este material es que muestra retazos de una película inconclusa, carente de contexto y, en algunos casos, con un viciado objetivo de comunicación de la fuente, claro está cuando no se trata de fake news.


En la continuidad de una de sus emisiones, un reconocido noticiero de televisión incluyó una corresponsalía desde Manizales, en la cual se afirmaba que varios jóvenes desaparecidos en el marco de las protestas habrían retornado sanos y salvos a sus casas luego de que sus familiares interpusieron una tutela.

De la supuesta desaparición, que habría durado un par de días, se culpó a la Policía. En la entrevista a una de las víctimas, el corresponsal trató infructuosamente de obtener un full que corroborará el sonoro titular, pero sólo obtuvo una declaración sobre presunta agresión policial y una retención que no sobrepasó un par de minutos.


Ni siquiera esta casa periodística pudo sustraerse de la tentación de dar como cierto un posible caso de abuso policial. En varias entregas se hizo referencia al suicidio de una menor en Popayán que dijo haber sido agredida sexualmente por miembros del Esmad.

El primer titular sobre este episodio −como lo reconoció el propio Fidel Cano− era incendiario, ya que relacionaba el suicidio con la hipotética violación, además de asumir que el delito se había consumado.

El quid del asunto es que esta noticia no confirmada −difundida de manera irresponsable por este y otros medios− generó tal indignación entre los payaneses, que, al otro día, una turba enardecida le prendió fuego a la oficina de la URI donde se habría consumado la agresión.

Otro fenómeno que se está volviendo recurrente es hacer eco de consignas, simbolismos e iconografía de actores involucrados en las facetas más virulentas del paro. No sabría decir si es por simpatía con la causa o inocencia. Verbigracia, hacer referencia a «Puerto Resistencia» en lugar de Puerto Rellena, en el suroriente de Cali, o de «Portal de la Resistencia» para hablar del Portal de Las Américas, en el sur de Bogotá, es una forma de legitimar conductas equivocadas y contrarias a la esencia de la protesta social.

Con razón, Ryszard Kapuściński dijo: «[…] La revolución tecnológica ha creado una nueva clase de periodista… La mayoría no sabe ni escribir, en sentido profesional, claro. Este tipo de periodistas no tiene problemas éticos ni profesionales, ya no se hace preguntas».


Estos ejemplos y otros que se quedan en el tintero por cuestión de espacio, me permiten inferir que la realidad del paro está sobrepasando la capacidad de nuestra prensa, en términos de registro, comprensión y análisis. Una posible explicación quizá se encuentre en el hecho de que se dejó la reportería de los temas de seguridad y defensa en manos de colegas neófitos, como no sucedía en el pasado. Si a este desacierto se le suma una pésima guía de los editores y jefes de redacción, el resultado salta a la vista de lectores y televidentes y hace eco en los oídos de los radioescuchas: el paro está instrumentalizando a nuestra prensa.