La noticia de la partida de José “Pepe” Mujica ha conmovido al mundo entero. Este martes, Uruguay y toda América Latina se enlutan ante el fallecimiento del expresidente más querido de las últimas décadas, símbolo de una política honesta, austera y profundamente humana.

Las redes sociales se llenaron rápidamente de mensajes de despedida: “Adiós, viejo querido”, escribieron miles de personas en distintos idiomas, acompañando fotos, anécdotas y discursos inolvidables de quien fuera conocido no solo por sus cargos públicos, sino por su ejemplo de vida.

Expresidente, exguerrillero, agricultor, pensador y referente moral, Mujica fue mucho más que un líder político. Su sencillez, su vida en una chacra sin lujos, su decisión de donar gran parte de su salario como presidente, y su discurso firme a favor de la justicia social y los derechos humanos, lo convirtieron en una figura universalmente respetada.

Desde Montevideo hasta Tokio, pasando por los campos, universidades y cumbres internacionales, su voz resonó con autenticidad. Para muchos jóvenes, fue un abuelo sabio; para muchos pueblos, un espejo de dignidad.

Hoy, el mundo llora su partida, pero también celebra su legado. Porque Mujica no solo fue presidente de Uruguay: fue un símbolo de coherencia en un mundo lleno de contradicciones. Y su despedida, con flores, palabras y silencios, es un testimonio del profundo amor que sembró.