Por: Edwin Doria

El hombre que vino de la guerra no dejó de soñar un sólo día de su vida. En su experiencia de caminante trotasueños, anduvo con sus pies descalzos sobre piedras asimétricas ancestrales, pasó por encima de partículas de arena fina rocosa y cuarzos disgregados. Oculto dentro de conchas marinas, defendió y protegió de las agresiones externas de sus amigos de clase.

Habitó en colonia entre coralinos arrecifes y algas marinas, asegurando alimentación para toda la población y proteger las costas de los invasores. Incluso, caminó sobre la arena misma que viaja con los ríos hasta la desembocadura en el mar, en busca de la felicidad.

En miles de ocasiones, navegó en ríos, mares, arroyos y riachuelos propulsado por remos, velas o motor y sus propios brazos para travesías de corto y largo aliento, escondiéndose entre frutales, maizales y cañaduzales en los valles, para liberar de la esclavitud centenas, a miles de corteros de caña.

Regó semillas en la cadena de montañas alimenticia germinando cereales, legumbres, aves, animales silvestres e insectos como menú sustancioso a fin de preparar hombres y mujeres en las selvas que defendió bajo la sombra terrenal de gigantes arbustos biodiversos .

Cabalgó sin descanso a son de joropo zapateado por las llanuras cubiertas de arroz, cacao y café para hacerle homenaje a los valientes llaneros semidesnudos que atravesaron la fría lluvia de las cordilleras andinas para librar las batallas en el Pantano de Vargas que abonaron la Independencia.

El Hombre que vino de la guerra en su trasegar por el variopinto territorio de recetas climáticas, platos típicos y bioculturas regionales, dieron mucho sabor a saberes y a su vida nómada, con el fin conocer de cerca la realidad soñada.

El Hombre que Vino de la Guerra, al volver a casa sorprendió con el mundo nuevo sobre sus manos.

Esperábamos un desquiciado salido del libro de la muerte. No fue así. Llego armado de sonrisa a flor de labio, su rostro denotaba felicidad jamás paseada por estos lares. Nos abrazo con un beso azul de mariposa marinera que eternizó la esperanza.

Lo primero que hizo al llegar al patio de la abuela fue liberar los pájaros de trinos colores, encerrados en jaulas de oro, que salieron en desbandada, dibujando con sus alas al viento el paisaje melódico de otros mundos posibles. Los que lo conocíamos solo exclamamos como la pequeña princesa Zahara ¡Woau!

De los ojos del Hombre brotaron lagrimas de cristal y las depositó en el manantial de Anamar, diosa de mundos venideros para que nunca faltare vida en el planeta que nos estamos reinventando.

Fue así, como la casa de la abuela la rodearon de sabiduría antigua las mujeres arboles, defensoras de vida y cultivadoras de amor. Sus raíces caminaron por el pluriuniverso habitado por hombres de rosado y mujeres arboles confabulados para desaparecer de la faz de la tierra la cultura de la muerte.

El hombre que volvió de la guerra enriqueció la vida con pétalos perfumados de poesía escrita con figuras dibujadas de palabras de abril y finos trazos bordados por la flauta mágica interpretada por manos de seda de la ninfa Veriuzka.


Una noticia de alta fidelidad se filtró por las redes desinformativas, desmintiendo la existencia del Hombre que Vino de la Guerra. Según fuente noticiosa la falsa historia descrita anteriormente, es producto de una mente juguetona de imaginación creadora de mundos paralelos para pervertir y subvertir el orden establecido.

Según la misma fuente, la mente creadora de ilusiones ha sido neutralizada y sus partículas han sido esparcidas en las profundidades del Océano Atlántico para que no vuelva a molestar mas a nadie.

Sin embargo, afirman los que saben, las partículas sumergen, vuelven a su estado sólido, forman enlaces y se vuelven cuerpo seguro.

Esos átomos se encuentran hoy, germinando en las costas del mar caribe y en otros rincones del planeta, abonando la imaginería de hombres y mujeres soñadores de mundos posibles dentro de este mundo en crisis.