Mientras el país gira en torno al debate de las reformas sociales del Gobierno, una voz inesperada irrumpió en el escenario político: la de un padre que no clama por venganza, sino por transformación.

Luis Alonso Colmenares, más conocido por la tragedia que marcó su vida, decidió hablarle al país desde otro lugar: el del ciudadano común que está cansado de la burocracia dorada, de la impunidad institucional y del divorcio entre el poder y la gente.

Aprovechando el anuncio del presidente Gustavo Petro sobre una consulta popular para respaldar sus reformas, Colmenares no se limitó a opinar: propuso. Y lo hizo con contundencia. ¿Por qué no aprovechar ese mismo mecanismo para preguntarle al pueblo si quiere reducir el salario de congresistas y magistrados? ¿O si está de acuerdo con limitar la reelección política, eliminar consulados sin utilidad, fusionar ministerios redundantes, elegir fiscal y procurador por mérito y no por favores?

Su propuesta va más allá de la coyuntura. Toca las fibras profundas del malestar ciudadano. Propone incluso la cadena perpetua para violadores y secuestradores, y la eliminación de organismos que han servido más como escudos que como herramientas de justicia, como la Comisión de Acusaciones.

No es un político. No es un tecnócrata. Es un ciudadano que decidió alzar la voz. Y en medio del ruido de la polarización, su propuesta suena como un eco incómodo, pero necesario.

La pregunta ahora no es si sus ideas son viables. La pregunta es si el poder tendrá el valor de escucharlas.