Por: Carlos Fernando Álvarez C.
• La resiliencia del pueblo de Providencia y Santa Catalina contó con “ayuda divina” para no morir ante el paso del huracán de categoría cinco hace un año. Luego del desastre, las islas reverdecen y sus habitantes cuentan con el apoyo irrestricto del Gobierno Nacional. Así lo reconocen Mercedes Watson, Johana Taylor y Flor Calden.
La madrugada del lunes 16 de noviembre de 2020, los habitantes de las islas de Providencia y Santa Catalina vivieron la noche de mayor temor en sus vidas.
La depresión tropical Iota se transformó rápidamente en huracán, enfilando contra el archipiélago indivisible de San Andrés, ganando mayor velocidad en sus vientos y aumentando su categoría destructiva.
La constante información y alertas del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM), prepararon a las islas para el impacto de Iota. Sin embargo, cada ráfaga, árbol caído, poste de energía cortado, techo despedazado, muro caído, autos y lanchas por los aires, configuraron para los isleños un verdadero infierno.
“El más horrible. Yo creo que esto nunca me pasó en la vida. Estoy segura de que era el demonio, ese huracán, porque jamás esto nos había pasado en Providencia”, declara Mercedes Watson de León, una mujer mayor, quien nos contó que ha soportado dos huracanes más, pero ninguno como Iota. Su casa sufrió serios daños y el techo fue arrancado de cuajo, afectando muros y ventanales.
Agrega que algo no estaba bien en ese fenómeno y lo consideró como de otro mundo. “Se oía como si alguien estuviese pidiendo auxilio, unos gritos de más, como si además silbaran muy duro”.
Para Johana Taylor Calden, quien estaba en San Andrés durante el paso del huracán, el miedo se apoderó de ella y de todos sus vecinos, con quienes buscó regresar de urgencia a la isla. Al día siguiente, se embarcaron en una lancha y, al aproximarse a las costas que conocían de toda su vida, enmudecieron y no pudieron articular palabra.
“Entramos por Punta Rocosa, en la zona de la montaña, que fue la más afectada. La verdad quedé impactada, tratando de entender cómo había gente viva después del paso del huracán”, dijo.
El renacer
Johana es clara al decir que el apoyo del Gobierno nacional ha sido importante para enfrentar la emergencia. De un momento a otro, los más de 6 mil habitantes de Providencia quedaron prácticamente en el aire, sin agua, techo, comida, ropa. Iota se llevó todo.
Horas después del impacto, comenzó a arribar la ayuda e iniciaron las tareas de remoción de escombros, una labor titánica. “Barcos y lanchas volaron y quedaron en el centro de la isla”, recuerda.
Con el paso de las semanas y luego de la atención de la emergencia propiamente dicha, el Gobierno, en concurso de las autoridades departamentales y locales, diseñó el Plan de Reconstrucción de la isla, siempre con la mente y el corazón puestos en la recuperación de lo básico, y de la calidad de vida.
“La verdad, sí. Al llegar, me di cuenta de que había arribado la ayuda, como los kits de emergencia, el agua, los alimentos. Y desde siempre, se hicieron los esfuerzos para restablecer la energía eléctrica. Realmente creímos que iban a pasar muchos meses para poder reconectarla, pero en menos de ocho semanas fue reparada en casi toda la isla”, agrega.
Con una sonrisa, afirma que ese fue justamente el servicio público que más extrañó. “El agua es fundamental y las telecomunicaciones y celulares también, porque nos permiten estar conectados con las familias, pero no hay nada como dormir con abanico (ventilador), te digo la verdad”.
Entre tanto, Flor Calden recuerda cómo ella y los providencianos se sintieron invadidos por esa sensación de derrota, de desesperanza, de soledad, durante las primeras horas del embate de Iota. Dice creer que iban a estar solos y que restablecer esos mínimos dignos vitales, como tener agua, un techo, un servicio sanitario, tomaría muchos meses.
Pero, con su dulce voz y su acento –mezcla del castellano y del creole de sus ancestros (dialecto de las islas que mezcla inglés y modismos de otras lenguas)–, es firme al expresar que se sintió reconfortada al ver al Presidente Duque, al equipo de Gobierno, a la maquinaria, a los hombres y mujeres de las fuerzas armadas, de los organismos de socorro, quienes comenzaron de inmediato el plan de reconstrucción, y quienes no se han detenido un solo día en la reparación y la reconstrucción total de 962 casas intervenidas hasta el momento.
“La gente trabajó con mucha diligencia y uno tiene que decir eso porque fue verdad. A quienes no les conectaron la energía fue porque sus casas estaban en muy malas condiciones, o en el suelo. El Gobierno se puso las pilas; ellos ayudaron con el agua y las ayudas siempre han llegado. Uno tiene que saber agradecer”, anota.
Flor envía un mensaje a los colombianos para que entiendan que superar un desastre de esta magnitud no se hace de la noche a la mañana y que hay que tener paciencia y confianza.
“No todos los seres humanos nacemos así, con fortaleza mental y espiritual. Hay que tener paciencia y saber esperar. Es el tiempo de Dios, y gracias a Dios por el Gobierno nacional, porque brinda una ayuda muy buena”, resalta.
Hoy, Mercedes, Johana y Flor reconocen que vivieron días muy difíciles, pero resaltan el apoyo del país y del gobierno para superar esos momentos desesperantes de haber quedado en el aire –de un momento a otro–, y poco tiempo después, contar con el restablecimiento de lo básico para vivir.
Ellas tres, como los habitantes de todo el archipiélago, representan la resiliencia, la fortaleza en la fe, en la vida y en la Divina Providencia, la misma que fue capaz de derrotar al demonio convertido en huracán.