La noche cayó sobre La Paz envuelta en una mezcla de frío y euforia. Frente al Palacio Quemado, una multitud ondeaba banderas rojas, amarillas y verdes mientras gritaba un nombre que, hasta hace unos años, pocos imaginaban ver en el poder: Rodrigo Paz Pereira.
A las 9:45 p. m., el Tribunal Supremo Electoral confirmó lo que las encuestas ya anunciaban: el hijo del histórico líder socialdemócrata Jaime Paz Zamora había ganado la presidencia con el 54,5 % de los votos, derrotando al veterano Jorge “Tuto” Quiroga (45,5 %).
El país, cansado del estancamiento económico y de las pugnas dentro del Movimiento al Socialismo (MAS), votó por un giro, una nueva dirección, una promesa de estabilidad después de años de turbulencia.
Un país al borde del agotamiento
Las semanas previas a la elección estuvieron marcadas por filas interminables en las estaciones de gasolina, escasez de dólares y la sombra de un futuro incierto. “Ya no alcanzaba ni para llenar el tanque ni para comprar harina”, cuenta Celia Quispe, vendedora de alimentos en El Alto. “Uno miraba las noticias y pensaba que todo se estaba acabando”.
La crisis minó la confianza en el MAS, que durante casi dos décadas gobernó con mano firme y con un discurso de reivindicación indígena y social. Pero el desgaste fue imparable. Evo Morales y Luis Arce —antiguos aliados— se enfrentaron abiertamente, fracturando el movimiento y dejando a sus seguidores divididos entre la nostalgia y la decepción.
El candidato oficialista, Eduardo del Castillo, apenas obtuvo un 3 % en la primera vuelta. Fue el golpe más duro en la historia reciente del partido.
El 19 de octubre, desde las primeras horas, los centros de votación se llenaron de ciudadanos que, con la papeleta en la mano, parecían llevar algo más que una elección política: una decisión de país.
En Santa Cruz, bastión empresarial y motor económico, el voto fue masivo por Paz Pereira. En Cochabamba y La Paz, el voto fue más dividido, aunque la abstención bajó notablemente respecto a comicios anteriores.
“Hoy votamos por nosotros, por nuestros hijos, por un futuro sin peleas”, dijo entre lágrimas Mariela Rojas, profesora jubilada, al salir de un puesto electoral.
El regreso del pragmatismo
El discurso de Rodrigo Paz, pronunciado frente a la plaza Murillo abarrotada, fue sobrio pero esperanzador:
“No venimos a borrar el pasado, venimos a construir un futuro posible. Bolivia necesita reconciliación y trabajo, no más divisiones”.
Hijo de un expresidente y exalcalde de Tarija, Paz Pereira representa a una nueva generación política que busca equilibrio entre la apertura económica y la inclusión social. Su victoria pone fin a casi veinte años de hegemonía del MAS, y abre la puerta a un gobierno de centro que promete diálogo, transparencia y reformas estructurales.
Un Congreso dividido y un futuro incierto
El nuevo mandatario no la tendrá fácil: no cuenta con mayoría en la Asamblea Legislativa, y deberá tejer alianzas con partidos regionales y minoritarios.
Los analistas advierten que el éxito de su gobierno dependerá de la rapidez con la que logre estabilizar la economía y enfrentar las presiones sociales. “La gente votó por un cambio, pero también espera resultados inmediatos”, señaló el politólogo Fernando Mayorga, de la Universidad Mayor de San Simón.
En el plano internacional, se espera un reacercamiento a Estados Unidos y a los organismos financieros, aunque sin romper la cooperación con China ni con los países de la región.
El fin de un ciclo
Mientras tanto, en las calles de El Alto, donde el MAS forjó su poder durante años, la tristeza se mezclaba con resignación. Algunos militantes colgaban las banderas azules del partido en los balcones, como si cerraran una etapa.
“Evo nos dio dignidad, pero después todo cambió”, dijo don Hernán, chofer de minibús. “Quizás ya era hora de que otro intentara sacar al país adelante”.
El 8 de noviembre, cuando Rodrigo Paz asuma oficialmente la presidencia, Bolivia estrenará una nueva página en su historia política.
Una página escrita entre la esperanza y la incertidumbre, en un país que, una vez más, demostró que el cambio puede nacer desde las urnas.