Por JEGMAN

La zozobra vuelve a instalarse en el suroccidente de Barranquilla. Esta vez, la víctima fue un taxista que fue asesinado a tiros en la tarde de este lunes mientras lavaba su vehículo frente a una vivienda del barrio El Bosque, un sector golpeado de forma constante por la violencia y el abandono institucional.

El crimen, ocurrido fue perpetrado por dos sicarios que se movilizaban en motocicleta. Testigos afirman que los agresores se acercaron, dispararon sin decir palabra y escaparon con la misma impunidad con la que operan en tantas otras zonas de la ciudad. El conductor, cuyo nombre aún no ha sido revelado oficialmente, murió junto a su taxi, con múltiples impactos de bala.

Vecinos del sector no solo lamentan el crimen, sino que aseguran vivir entre el miedo y la resignación. “Ya uno no está seguro ni en su propia cuadra”, comentó una residente, que pidió no ser identificada.

Pero más allá de la violencia visible, en Barranquilla se vive otra tragedia silenciosa: la ausencia de liderazgo real y de democracia efectiva. Quienes se atreven a levantar la voz terminan silenciados o expulsados de sus trabajos. Y en el peor de los casos, “con la boca llena de moscas”, como advierten algunos líderes comunitarios que prefieren el anonimato para proteger su vida.

La ciudad parece entregada a la propaganda. Se anuncian refuerzos, drones, cámaras, equipos y estrategias cada año, pero los resultados en las calles siguen siendo los mismos: más muertos, más miedo, menos esperanza. La Policía Metropolitana informó que unidades de la Sijín adelantan las investigaciones y analizan cámaras de seguridad, pero, como suele ocurrir, la comunidad no espera justicia, porque ya ha aprendido a no esperarla.

Este crimen se suma a otros homicidios ocurridos recientemente en barrios como La Esmeralda, Las Malvinas y Carrizal, donde las balas también han marcado la rutina. La exigencia de los ciudadanos es clara: que el Estado no solo se vea en vallas y discursos, sino en acciones concretas. De lo contrario, seguirán matando a la gente común, mientras la ciudad se disfraza de “modelo” para los noticieros.

Y como si fuera poco, siguen eligiendo al alcalde como el mejor del país. ¡El mejor! Mientras los muertos se apilan en los barrios y la seguridad se cae a pedazos como un andamio viejo. Puro cemento, poca justicia. Y muchas cámaras… pero solo para las fotos de campaña.