Atlético Nacional está en octavos de final de la Copa Libertadores. Esa es la noticia fría, objetiva, el titular que da respiro a una hinchada que siempre exige estar entre los grandes. Pero si miramos más allá del resultado, el balance es preocupante. Nacional clasificó, sí… pero con uno de los registros más pobres que se le recuerde en su historia reciente en el torneo continental. Y eso, para un club con dos estrellas en el escudo libertador, no puede pasar de agache.
Nueve puntos en seis partidos. Tres victorias, tres derrotas. Siete goles a favor y cinco en contra. Un equipo que alternó momentos de brillantez con otros de pasividad alarmante. Un equipo que, fuera del Atanasio, no se sintió nunca protagonista. Las derrotas ante Internacional y Bahia, ambas en Brasil, dejaron la sensación de un conjunto sin alma, sin reacción, sin liderazgo en el campo.
¿Dónde quedó ese Nacional que impuso condiciones en cualquier cancha? ¿Dónde están los jugadores capaces de levantar al equipo en la adversidad? La clasificación no debe maquillar las falencias. Porque si se sigue jugando así, los octavos serán un trámite para el rival de turno.
La historia exige más. Nacional no es un equipo más del montón; es un referente del fútbol sudamericano. Por eso duele tanto ver que, aunque avanza en el papel, retrocede en el juego. Esta clasificación debe tomarse como una última oportunidad para despertar, ajustar el libreto y reencontrarse con una identidad que, hoy por hoy, parece diluida.
El margen de error se acabó. En los octavos ya no valen los parches. Se necesita jerarquía, carácter y, sobre todo, fútbol. Porque si Nacional no da un golpe de autoridad pronto, su paso por esta Copa quedará como una anécdota más… y no como la campaña que reescribió su leyenda.