Lo que comenzó como una estrategia de defensa jurídica terminó convirtiéndose en una pesadilla para el expresidente Álvaro Uribe Vélez. Diego Cadena, el abogado que debía proteger su nombre, terminó hundiéndolo en una serie de líos judiciales que aún no terminan de resolverse. Hoy, el expresidente enfrenta un desgaste político y personal por decisiones que, según su versión, nunca aprobó ni ordenó.

Cadena, conocido en los medios como el “abogángster”, habría actuado por iniciativa propia, buscando beneficios personales al tratar de manipular testigos, alterar declaraciones y entrometerse en procesos judiciales. Según versiones cercanas a Uribe, el expresidente confiaba en la lealtad de su abogado, sin imaginar que sus métodos lo llevarían al banquillo de los acusados.

El caso más emblemático es el del exparamilitar Juan Guillermo Monsalve, a quien Cadena habría intentado convencer para que se retractara de señalamientos contra Uribe. Las evidencias apuntan a que Cadena actuó por su cuenta, sin una instrucción clara de su cliente, lo que pone en duda la responsabilidad directa del exmandatario en la supuesta manipulación de testigos.

Uribe ha defendido su posición desde el primer día, alegando que su único interés era limpiar su nombre y enfrentar a quienes lo han calumniado. Sin embargo, las acciones de su exabogado le abrieron un proceso judicial sin precedentes para un expresidente en Colombia, al ser llamado a indagatoria por la Corte Suprema de Justicia en 2020.

El caso ha dejado claro que Álvaro Uribe terminó siendo víctima de su propia defensa. Depositó su confianza en un abogado que, lejos de actuar con ética y legalidad, optó por prácticas que terminaron enlodando su nombre. Hoy, mientras Cadena responde ante la justicia por fraude procesal y soborno, Uribe lucha por demostrar que no fue autor ni beneficiario de las irregularidades que lo tienen en la mira.

A la espera de nuevas decisiones judiciales, lo cierto es que la historia del expresidente y su exabogado se convirtió en un símbolo de cómo una mala elección de aliados puede costarle a un líder político su legado, su reputación y su tranquilidad.