La tarde del 12 de abril de 2025 se convirtió en un episodio de alta tensión, cuando el Estadio Jaime Morón en Cartagena se vistió de colores vibrantes para acoger la gran final del Campeonato Sudamericano Sub-17. Colombia y Brasil, dos potencias del fútbol juvenil, se enfrentaban no solo por un título, sino por un pasaporte a la gloria en el fútbol de élite. La multitud en las gradas respiraba en un compás de nervios y esperanza, mientras los jugadores, jóvenes pero con un corazón decidido, se preparaban para escribir su propia historia.
El primer tiempo comenzó con una calma tensa, donde ambos equipos mostraban respeto mutuo. Sin embargo, Colombia encontró el ritmo en el minuto 41, cuando Jhon Sevillano, con astucia y precisión, logró marcar un gol que hizo estallar a los hinchas colombianos. El pase de Santiago Londoño fue perfecto, y la definición de Sevillano, sublime. En ese momento, el sueño de los cafeteros se sentía más cercano que nunca.
Brasil, como siempre, no era un rival fácil. La Canarinha, aún sin su mejor versión, buscaba la respuesta, pero se veía frenada por la sólida defensa colombiana. El tiempo parecía detenerse para los jugadores de Colombia, quienes sostenían la ventaja con uñas y dientes, conscientes de que un gol más podría ser la llave dorada al título.
El reloj avanzaba y Brasil, en una actitud de guerrero que no se rinde, comenzó a acorralar a Colombia en su área. Con cada ataque, la presión aumentaba, y los nervios se apoderaban de los jugadores locales. Finalmente, en el minuto 89, la jugada de la vida: un centro preciso desde la banda derecha, una cabezazo que voló sobre la defensa colombiana y la pelota se metió en las redes. Ángelo Cándido, el hombre de la hora, había empatado el partido y desató el delirio brasileño.
La final se definía en los penales, un terreno de nervios y de destino incierto. La tensión en el aire era palpable. Los jóvenes de Colombia enfrentaban el reto con valentía, pero la efectividad de los brasileños se impuso. La tanda de penales terminó con Brasil coronándose campeón con un 4-1. La tristeza en los ojos de los colombianos se reflejaba en su impotencia, pero el fútbol es cruel en ocasiones.
Brasil levantaba el trofeo ante una multitud que aplaudía a su equipo campeón, mientras los colombianos, aunque derrotados, recibían ovaciones por su esfuerzo y coraje. La final había terminado, pero el camino de estos jóvenes apenas comenzaba. La gloria puede haber sido de Brasil, pero en los corazones colombianos, el futuro brillaba con una luz propia, lista para conquistar el próximo desafío.