Por Tito Mejía Sarmiento

A Nelson, mi hermano menor, médico de profesión lo mataron cobardemente por la espalda cuando fungía como alcalde de Santo Tomás, en un restaurante de Barranquilla a tres metros de las oficinas del D.A.S., el 29 de abril de 2004, siendo presidente de Colombia, Álvaro Uribe Vélez y gobernador del Atlántico, Carlos Rodado Noriega.

Muchos seguidores de Nelson no soportaron aquel hecho y entonces comenzó la hecatombe conocida por todos con toque de queda incluido, mientras los contradictores políticos del gran líder caído, como sumisas y traicioneras sombras se alejaban del pueblo con rumbo desconocido.

Hoy, 19 años después, la familia y amigos (as) de Nelson, aún reclamamos justicia, esperando un encuentro con la verdad que no se mida en lágrimas sino en alegrías para que la esperanza cobije un nuevo amanecer tomasino al pasar la página de la historia reciente en la política del departamento del Atlántico.
A mi amado hermano Nelson, el hombre de la eterna bondad lo creo vivo, como también muchos seguidores suyos, es decir, para verlo no necesitamos inventar su jovial cara.

Al médico de puertas abiertas por donde se podía entrar a cualquier hora del día, noche, madrugada sin pedir permiso, a ese mismo que se le olvidaba cobrar la consulta y que terminaba regalando las medicinas, le escucho su proverbial voz diciéndome cada cosa en su lugar, loco Tito, mientras yo sonrío con el paso de los segundos, caminando por las aceras de la calle Granada, donde unos árboles ofrecen sus deliciosos mangos y generosas sombras bajo el ardiente sol de abril.

Pasadas las siete de la noche ya en mi casa y cuando la cicatriz del dolor de aquel aciago 29 de abril, siempre abril de 2004, parece abrirse otra vez, entonces lloro a ese gran ser carismático llamado Nelson Ricardo Mejía Sarmiento, miro hacia el cielo tratando de hacer una plegaria por él, y en el acto noto que la luna mira hacia abajo, llorando también desconsoladamente sobre una población tomasina todavía muy dolida por el detestable magnicidio que afeó consecuencias sociales y que nos dejó una cavilación sobre la soledad que nos asaltó cuando nos quedamos desabrigados en medio de la intimidad del duelo y el dolor de la ausencia.