El silencio en las carreteras no siempre significa calma. En varios puntos del país, el ruido habitual de buses, camiones y motos fue reemplazado por vías vacías, persianas a medio cerrar y familias que optaron por no salir. Así se ha vivido el paro armado decretado por el Ejército de Liberación Nacional (ELN), una orden que, más allá de los comunicados y balances oficiales, volvió a instalar el miedo en la cotidianidad de miles de colombianos.
Desde la madrugada del domingo 14 de diciembre, el mensaje fue claro en zonas rurales y urbanas bajo influencia del grupo armado: no transitar, no trabajar, no moverse. En pueblos del Magdalena Medio, Santander, La Guajira, Cauca y corredores estratégicos del Caribe, la advertencia no llegó solo en panfletos, sino en hechos.
“Preferimos perder el día que perder la vida”
En una vía secundaria del norte del país, un conductor de transporte intermunicipal decidió regresar su bus vacío. “Nadie se subió. La gente tiene miedo y uno también. Preferimos perder el día que perder la vida”, contó a este medio. La escena se repitió en decenas de rutas donde el transporte fue suspendido por precaución, afectando a trabajadores, estudiantes y comerciantes.
En algunos municipios, los mercados abrieron pocas horas; en otros, ni siquiera levantaron la reja. “No es que apoyemos el paro, es que no hay garantías”, explicó una comerciante que decidió cerrar su tienda tras escuchar detonaciones a varios kilómetros de su barrio.
El paro armado: una orden que confina

El ELN justificó el paro armado como una acción política frente a lo que considera amenazas externas contra el país. Sin embargo, en la práctica, la medida se tradujo en confinamiento forzado de comunidades, restricciones a la movilidad y un ambiente de zozobra que golpea principalmente a la población civil.
Durante las primeras horas, se reportaron ataques a infraestructura, cierres viales, quema de vehículos y presencia de artefactos explosivos, hechos que reforzaron el temor colectivo y obligaron a autoridades locales a activar planes de emergencia.
“Los niños no fueron a clase, los campesinos no sacaron los productos y los enfermos pensaron dos veces antes de ir al hospital”, relató un líder comunitario del nororiente del país.
La respuesta del Estado: fuerza y llamado a no paralizarse
El Presidente Gustavo Petro ha sido enfático en su rechazo al paro armado, señalando que las amenazas del ELN no están dirigidas contra Estados Unidos sino contra la población colombiana y su proyecto político. Según Petro, el grupo “no hace paro contra Trump, sino a favor de los traquetos que hoy los controlan”, deslegitimando la versión del ELN de que la acción es una protesta política frente a acciones externas.
Petro afirmó que ha ordenado a la Fuerza Pública responder con fuerza ante las amenazas del ELN. Su mensaje ha sido claro: “la orden dada a la Fuerza Pública de Colombia es atacar al ELN y defender al pueblo de Colombia”, subrayando que la acción del ELN pone en riesgo a civiles más que a fuerzas extranjeras.
Ejército y Policía incrementaron patrullajes en corredores viales, zonas rurales y puntos estratégicos, mientras se ofrecieron recompensas por información que permitiera prevenir atentados. Gobernaciones y alcaldías, por su parte, emitieron alertas y recomendaciones a la ciudadanía, priorizando la protección de civiles.
Más allá del número de acciones violentas o de los comunicados oficiales, el paro armado deja un saldo difícil de medir: días sin trabajo, cosechas sin vender, citas médicas aplazadas y una sensación de vulnerabilidad que se repite cada vez que un grupo armado impone su ley.
Para muchos habitantes, el temor no es nuevo. “Aquí ya sabemos qué significa un paro armado: encerrarse y esperar que pase”, dijo una mujer desde una zona rural donde la presencia estatal es intermitente.
Un país que resiste, pese a todo
Mientras las autoridades insisten en no ceder al miedo, las comunidades reclaman algo más profundo: presencia real del Estado, garantías de seguridad y soluciones que eviten que la violencia siga dictando cuándo se puede vivir con normalidad.
El paro armado del ELN no solo interrumpió la movilidad y la economía; volvió a recordar que, en amplias regiones del país, la paz sigue siendo frágil y la población civil continúa atrapada entre discursos armados y promesas oficiales.
Cuando el paro termine, las vías volverán a llenarse poco a poco. Pero el miedo ese que no aparece en los balances tardará mucho más en irse.